Tenemos la inmensa suerte de poseer una joya embotellada procedente de Jerez. Se trata de un Agustín Blázquez nada más y nada menos que de 1840, historia para beber.
Para poneros en contexto, aunque esta bodega haya desaparecido, en su momento fue un pionero del sector, de la talla de elaboradores míticos, junto a otros como Valdespino y Domecq (que adquiriría la bodega de Blázquez más tarde).
Si hay algo que funciona como nexo de unión entre estos tres gigantes y quizás el gran factor de calidad del vino de Jerez, es El Pago de Machamudo y sus viñedos, De las propiedades que allí tenía Agustín Blázquez nacían algunos de sus vinos más celebrados, Fino Amontillado Carta Blanca, los Amontillados Carta Plata y Carta Oro, y su Capuchino Palo Cortado.
Aunque no se sabe a ciencia cierta la fecha exacta de la fundación de esta bodega, sí sabemos que sus fundadores, la familia Paul (Bodegas Paul & Dastis) desarrollaron allí el negocio durante el siglo XIX. Durante la década de 1850, la bodega fue dirigida por Manuel Francisco de Paul, cuya hermana Servanda se casó con Agustín Blázquez. A la muerte de esta, en 1881, Agustín heredó gran parte del negocio, que pasaría a manos de sus hijos en 1886, tras su fallecimiento. La compañía, que comenzó a llamarse entonces Hijos de Agustín Blázquez SA, siguió en manos de la familia hasta 1972, año en el que fue adquirida por Pedro Domecq, Osborne y González Byass y más tarde absorbida por Domecq.
Actualmente, de Agústín Blázquez queda muy poco. Domecq siguió embotellando el Capuchino bajo sus etiquetas durante algunos años como un VORS de (más de) 30 años, y ahora es propiedad de Osborne (QV) que lo embotella, al igual que el brandy.
Algunas soleras de Blázquez fueron compradas por Joaquín Rivero Valcarce para establecer sus Bodegas Tradición a finales de los 90.
Si bien tantas bodegas han desaparecido a lo largo de los años, las soleras en general no lo han hecho. Puede que cambien de manos y obtengan nuevas marcas, pero las viejas soleras son oro en polvo en Jerez.